Felipe Calderón rompe los puentes del entendimiento y la
colaboración
Por Héctor Yunes Landa
Francamente no se entiende: Felipe Calderón pide unidad
nacional y cooperación para sacar adelante asuntos pendientes, como la reforma
política y la designación de consejeros en el IFE, con un periodo
extraordinario de sesiones en el Congreso y para ello exhorta a los diputados a
ver por el “interés superior” del país sin reparar en partidismos. Sin embargo,
en su carácter de Presidente de la República, invitado para hablar ante
egresados de la prestigiada universidad de Stanford, olvida la unidad y sobretodo
su papel de representante de todos los mexicanos al enderezar ataques
furibundos contra el PRI, sin importar que al volver tuviera previsto convocar
a trabajar unidos. En principio olvida que para aprobar reformas, primero hay
que discutirlas, consensuarlas, vamos, hacer la tarea de cabildeo necesaria y
no provocar el enfrentamiento. Además en un acto pendenciero, lanzó injurias
contra la nación norteamericana, acusándola de todos los males actuales de
México.
En ese sentido Calderón perdió de vista que no iba al evento
en cuestión en calidad de panista, sino como Jefe de Estado y representante de
todos los mexicanos, ya sean priistas, panistas, perredistas, o de cualquier
sello. Por otro lado, en lo que se refiere a la política interior de la nación,
es de señalar el desatino de sus comentarios, cuando necesita más que nunca
ganar las simpatías del Congreso para sacar adelante la reforma política tan
esperada, por el contrario dificulta la
comunicación entre el Ejecutivo y los legisladores de oposición, deteriorada de
por sí. Y por último, parece ser que Calderón piensa que todos los males del
país son culpa del PRI, cuando que en tan sólo dos administraciones panistas el
país está sumido en el caos y la violencia como no se había visto. El caso Hank
ha confrontado a la PGR y al Poder Judicial, instancias que debían colaborar
sinérgicamente y que se integran a la larga lista de agravios que el Jefe de
Estado suma a su “Debe”.
Ni siquiera en ese soleado día de Stanford, ataviado con
toga y birrete, pudo Felipe olvidar a sus muertos, mexicanos que han sido
asesinados en lo que va de su mandato. Mientras él lloraba las penas de México
bajo el yugo autocrático del pasado, una avioneta sobrevolaba el campo de
futbol sede del evento con una manta que decía “¡40 mil muertos!, ¿cuántos
más?” Sorprenden los cambios de actitud en nuestro Jefe de Estado; de un
pretendido “Churchill” que pide al país unirse y luchar por un fin común, se
transforma en una caricatura infame de un “Mandela” que representa a esa
minoría que durante décadas padeció la crueldad del régimen dominante. Calderón
pretende ignorar muchas cosas que conviene mencionar.
Si bien no es posible cerrar los ojos y negar errores en las
administraciones pasadas, algunos pequeños y otros mayúsculos, tampoco es
posible cegarse y no reconocer todos los avances que dichas administraciones
lograron con la constancia de años, sexenios y décadas dedicados a convertir a
México en el país que es hoy en día. El error patético de las administraciones
panistas es creer que ellas inventaron el país hace 11 años, que antes de eso
todos vivíamos en la barbarie, el atraso y el hambre. Nuestro “estadista”
debería tomar clases de Historia de México para recordar que durante los 70
años de administración priísta México pasó de ser mayoritariamente rural y
analfabeta, a convertirse en un país con grandes urbes y un sistema educativo
distribuido en todas las regiones, inclusive en las más inaccesibles.
El Presidente debe recordar que en los sexenios priístas se
crearon las vías de comunicación más importantes del país, escuelas, puentes,
teatros, plataformas petroleras, puertos comerciales y turísticos, las bases de
los programas sociales que tanto presumen las administraciones actuales. Pero
lo más importante: fue durante sexenios priístas que los jóvenes políticos que
conformaron el Partido Acción Nacional, en esa época de oposición y ahora
democráticamente el Partido Oficial, fueron educados, crecieron, se
desarrollaron maravillosamente y se beneficiaron de todos el progreso traído al
país por los que hicieron, hacían y hacen política desde el Partido
Revolucionario Institucional. Si el gobierno priista hubiese sido el régimen
autocrático y terrible que nuestro Presidente dice, jamás un panista hubiese
llegado a la presidencia por un medio tan legítimo como la elección popular y,
enfatizo, sin derramar una gota de sangre.
Lo peor de todo, es que su visión dominada por los intereses
de grupo y de partido le hace desacreditar al PRI, pero también a la izquierda
mexicana y a las organizaciones sociales
que durante décadas lucharon por los ideales democráticos; y lo más importante:
pretender ignorar que es, a final de cuentas, la sociedad mexicana la que
construyó un México ejemplar en muchos sentidos, que asombró al mundo durante
el “milagro mexicano”, con una paz social envidiable, mientras que en muchas
zonas del mundo prevalecía la inestabilidad y las guerras; esa ciudadanía es la
única que puede acreditarse los logros de la nación, y no un partido o un
gobernante.
Afortunadamente, la sociedad mexicana tiene memoria
histórica y el inconsciente colectivo añora en muchos sentidos la tranquilidad
pública que vivía la nación cuando ejercía el gobierno un partido que promovía
el acuerdo y el consenso, antes que la discordia y la confrontación, y, sobre
todo, tenía la capacidad de imponer el orden cuando era necesario. Está a la
vista 2012, el reloj no se detiene y los mexicanos pasarán la factura a Felipe
Calderón.
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