El libro es una recopilación de apuntes que la autora xalapeña realizó durante los días que estuvo presa en el penal de la ciudad de Mérida, un testimonio que comienza con la marcha de protesta en contra de la Iniciativa Mérida y la visita de George Bush a Yucatán, el 13 de marzo de 2007, la cual terminó en una brutal represión policiaca que llevó a la detención de más de cuarenta jóvenes.
La autora reflexiona sobre la sociedad, el amor, la amistad, la libertad, la prisión y la justicia.
Lo que al principio es sólo una narración de hechos políticos y sociales, poco a poco se va transformando en poesía que Gabriela recoge de su entorno y vierte en el papel que tiene a la mano en su pequeña celda del CERESO de Yucatán.
PRESENTACIÓN DEL LIBRO
VOCES EN LOS MUROS
APUNTES DE UNA JOVEN PRESA DE CONCIENCIA
DE GABRIELA GUZMÁN MUÑOZ
PRESENTADOR: MTRO. JOSÉ LUIS MARTÍNEZ SUÁREZ
FECHA : 7 DE ABRIL DE 2011
HORA: 18:00 HRS
LUGAR: LA RUECA DE GANDHI. ÚRSULO GALVÁN 65,
ESQUINA LEONA VICARIO
XALAPA
Testimonio de una presa política jalapeña en mérida
Tomado de Zapateando
Categorías: Mérida y REPRESIÓN POLÍTICA Y DEFENSA DE LOS
DERECHOS HUMANOS
Gabriela Guzmán
Conforme me acercaba a la barricada que la policía había
levantado sobre Paseo Montejo los gritos iban en aumento. Me había quedado
atrás por terminar los últimos detalles de la casa que los compañeros habían conseguido,
decorada con lemas y pinturas. Se había decidido abrir una galería de arte para
exposiciones sobre los movimientos alternativos en el mundo, enfocándose
especialmente en los días en que el presidente Bush iba a pisar tierras mayas.
Había mucha gente, alrededor de 500 personas, tal vez más. Todos
gritaban, algunos pateando barricadas, otros pintándolas con aerosol (como en
cualquier marcha). Así estuvimos como media hora. Al ver que no se lograba nada
se decidió marchar hacia la plaza grande y manifestarnos frente al palacio
municipal o de gobierno (aún no lo sé).
Llegando allá los compañeros se avalanzaron contra los
granaderos que lo protegían. Eran pocos, tal vez esa fue la razón por la que en
ese momento se perdió de control la situación. Tratando de introducirse en el
interior se empujaron y patearon las puertas, se rompieron cristales y se
seguía gritando. Yo no dejaba de tomar fotos, no dejaba tampoco de gritar.
Después de una hora, tal vez un poco más, y tras tal caos se
vio la presencia de los granaderos, eran cientos. Los amigos con los que había
llegado a Mérida y algunos que había conocido aquí mismo empezaron a gritarme,
ya que me había separado de ellos por todo el asunto de las fotos (quería
captar buenas imágenes). Yo no les hice caso, no intenté correr ya que sabía
que si lo hacía iban a notar mi presencia y me iban no sólo a llevar sino a
golpearme, como suelen hacerlo, así que llegando a la esquina decidí correr.
Cuando me detuve (que no fue muy lejos) estaba junto a otro
fotógrafo, quien me dijo que estuvo bien que hubiera corrido, que a todos nos
tratan por igual en esos casos. Me dijo que no me preocupara, que cualquier
cosa diría que yo era su sobrina. Luego se fue, iba a tomar más fotos y me
quedé sola.
Decidí acercarme otra vez para ver si veía a alguno de mis
amigos, no vi a nadie. Las patrullas no dejaban de pasar y la plaza aún estaba
llena de antimotines. Me acerqué a una tienda de revistas grande y pedí unas
monedas para hacer una llamada telefónica a mis compañeros de los cuales no
recibí respuesta.
A cinco metros de mí se dejaron venir como 15 o 20
granaderos tras un solo chico. Me escondí tras el teléfono para que no me
vieran. Lo golpearon horrible. Uno contra quince o veinte, ¿qué tienen en la
cabeza? Y más aún ¿qué podía hacer teniéndolo frente a mis ojos?
Me moría de miedo, pedí a los de la tienda de revistas que
me escondieran a lo que no se negaron. Me dieron agua, un cigarro y una silla
para tratar de calmarme. Cuando me avisaron que iban a cerrar y que no podía
seguir ahí les pedí que guardaran mi tambor y chalina para no verme tan obvia
por la calle.
Salí y caminé hacia la parada de camión, a una cuadra de la
plaza. Vi lo que había pasado hace unos minutos por una televisión de un
restaurante, vi a muchos amigos. Leía las rutas de los camiones sin saber cuál
tomar, sin saber cómo llegar a la casa del amigo donde me estaba quedando. Sin
saber qué hacer, con mi mente en blanco, empecé a caminar.
Me encontré a los pocos pasos con Yahaira, una chica que aún
no conocía, pero me preguntó por alguien en común y del cual no sabíamos nada.
En eso llegó corriendo Claudia a la que había visto en la marcha y nos preguntó
si estábamos bien.
No sabíamos qué hacer y yo al no tener casa pensé que podía
quedarme en el ocupa y tal vez vería a algunos amigos, así que nos dirigimos
hacia allá. Gran error.
En la esquina estaba estacionada una camioneta de
electricidad y dudé en seguir caminando pero no tenía una mejor opción, así que
tocamos la puerta y nos abrió un compañero, el único en la casa y el cual no
había estado en la marcha por quedarse a cuidarla.
Le contamos todo y estuvimos un rato allá tocando y
cantando. Como a las 9:30 se fueron Claudia y Yahaira y nos quedamos sólo
nosotros dos. Al cabo de unos 15 minutos se oyó alguien bajando las escaleras.
Eran varios, primero pensé que eran amigos pero estaba muy equivocada.
Mi compañero, intentando defendernos a los dos, tomó un
tronco en braza, pero al ver que eran cinco o seis y que estaban armados, nos
dimos cuenta que era inútil.
La mitad de ellos iba de civil, la otra mitad con sus
armaduras. A él lo golpearon, lo patearon, a mí me golpearon en la cabeza y
espalda, también me jalaron el cabello.
Totalmente sometidos nos sacaron por la puerta de la casa
(ya que ellos habían entrado por arriba no sé de qué forma). Nos subieron a la
camioneta donde ya se encontraban Claudia y Yahaira y enseguida que nos
subieron salieron a perseguir a otros más estando ya en la calle, a cuadras de
la plaza, después de hora y media del suceso. Nos estaban cazando.
A los hombres los subieron como animales: uno encima del
otro, lastimados, asustados. Yo reclamé y me volvieron a pegar en la cabeza,
sólo por decir que “no era la forma”, “que había suficiente espacio para
todos”.
Llegando a la cárcel municipal nos siguieron agrediendo,
diciendo que nos creíamos muy valientes, pateándonos y jalándonos el cabello.
A mi compañero de al lado lo lastimaron mucho y cuando lo vi
sangrando me emputé y me voltié diciendo que “cómo se atreven a decirnos
valientes cuando ellos son los que ponen sus barricadas, cuando se ponen
cascos, tobilleras y botas, cuando tienen gas y balas; y ahora sí se atreven a
golpearnos, estando nosotros de espaldas, totalmente indefensos”. Me jalaron
del pelo, me dijeron que me callara y les dije “sí, sí, sígueme jalando el
pelo, total nunca te vas a sentir satisfecho, aunque me lo arranques”. Me
pegaron en la cabeza.
No seguí hablando. Me llevaron al separo, donde había 6
chicas más, dos que no habían tenido nada que ver, estaban ahí sólo por haber
estado en el parque en el momento de la redada.
Estuvimos hasta las 5:30 o 6 de la mañana y nos trasladaron
en un autobús hacia el MP. Nos devolvieron todas nuestras cosas, aunque yo ya
no tenía teléfono, ni cartera, y a mi cámara además de haberle quitado el rollo
le arrancaron un botón y me la entregaron sin su funda. En el MP no dejaban de
interrogarnos.
Uno de ellos, uno muy prepotente, me afirmó que yo era la
radical, que era anarcopunk, comunista, socialista y demás mamadas, que seguro
yo había hecho destrozos, pintado, aventando piedras y rompiendo cristales.
Es la primera vez que en una marcha me han encerrado, pero
soy lo suficientemente consciente como para darme cuenta que ese tipo, además
de no ser abogado y ser policía, me estaba amedrentando, me estaba culpando de
cosas que no había hecho sólo por mi aspecto y me decía que me podía ir peor.
Por supuesto estaba asustada. Me culparon de pintas, me
dijeron que firmara mis declaraciones amenazándome con que mi familia no iba a
saber nada de mí, que no sabía lo que me esperaba, etc.
Ahora estoy en el CERESO. Es un buen lugar, las compañeras
son buenas al igual que las custodias, pero de vez en cuando nos restringen
ciertas cosas o nos castigan sin razón, ni las custodias saben la causa.
Nos hemos enterado, a pesar de no estar afuera, de casos muy
extraños, de la probable existencia de infiltrados. Lo peor es que se trata de
los que menos te esperas, los que se encuentran a tu lado.
Sé porqué estoy aquí, sé lo que les molesta de mi actitud,
sé que quieren mantener la venda en nuestros ojos.
Por algo nos mantienen amuralladas, pero la libertad no es
algo que se atrape encerrándolo, la libertad se encuentra más allá de nuestras
manos, más allá de lo físico, y mientras sepa que allá afuera siguen luchando
yo seguiré luchando, aquí adentro, leyendo y cantando canciones de conciencia y
lucha a las compañeras, sabiendo todas que me declaro orgullosamente: “presa
política” y nunca callaré la verdad que
hay en mi corazón.
Gracias Gaby por compatirnos tu valiente testimonio. Tu libro es un ejemplo de como podemos transformar las más duras experiencias en crecimiento personal.
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