lunes, 31 de diciembre de 2018

Año nuevo: fuego nuevo.



Por: Isael Petronio Cantú Nájera 
No existe dios, pero si hay miles de millones de mujeres y de hombres de todas las edades, cuya vida espiritual, moral y ética, se rige por las reglas escritas de sus religiones: es un acto de fe que se vive de manera diversa en el mundo.
El año nuevo, por su parte, es un evento astronómico, que de igual manera es relativo y que cada cultura asumió desde diferentes puntos de vista. Arrastramos hasta el día de hoy el sistema sexagesimal creado hace más 5000 años en la cultura sumeria, allá entre los ríos Tigris y Éufrates, al seguir aceptando que la hora tiene 60 minutos y los minutos 60 segundos.
Así la cuenta de los calendarios, tanto solares como lunares y la visión astronómica, por sus connotaciones realmente cósmicas: se tradujeron en religiones, representadas por los más disímbolos dioses y diosas: Enlil dios creador de todos los dioses e Innana: diosa del amor y de la guerra en esas lejanas tierras o más cerca el dios Olmeca, Tolteca, Maya: Kukulkán/Quetzalcoatl (serpiente emplumada) dios solar, del viento y de la lluvia e Itchel, diosa lunar, del amor y de la medicina.
Con la globalización los politeísmos van quedando relegados por las grandes religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo, sijismo, islam y zoroastrismo, que a su modo, sus creencias se basan en la existencia de un solo dios. Abría que agregar que el budismo siendo religión, esta no es teísta y que el hinduismo se fundamenta en la personal manifestación de Brahmá, Visnú y Shiva. Existe un gran debate sobre el monoteísmo del cristianismo al momento de entender qué significa la santa trinidad y el concepto de tres en uno. Para muchos islamistas, el cristianismo es politeísta; pues creen en dios padre, dios hijo y espíritu santo en decir en tres dioses a la vez, envueltos en un cuarto concepto: la santa trinidad. Nada de ciencia, pura fe.
Larga es la historia de las religiones, flexibles y mutantes en los cortos tiempos terrestres; no así la configuración y órbitas de los planetas y de los soles, que aunque también se mueven (parafraseando a Galileo: Eppur si muove) sus movimientos se cuentan por millones de años y ahí están como lo hacen las estrella que no sirven para ubicar los polos norte y sur, y que no son las mismas debido al movimiento de precesión y nutación de la tierra que tarda 25,776 años. Actualmente la “estrella polar” que señala con más precisión el polo norte es: α Ursae Minoris de la constelación de la Osa Menor; pero cuando los Egipcios crearon las pirámides el polo apuntaba a: α Draconis de la Constelación del Dragón.
Así, nuestro fin de año es una fecha conveniente de la cultura occidental que se inició con la imposición de los calendarios traídos por los españoles y el arrumbamiento de los construidos por los astrólogos de los pueblos originarios.
En 1582 el Papa Gregorio XIII, en su bula Inter Gravissimas impulsa el calendario que hoy se utiliza de manera globalizada: el calendario gregoriano y que marca el 31 de diciembre y primero de enero como fin e inicio de un año nuevo; es decir, el inicio de una nueva circunvolución de la tierra alrededor del sol. (Otro tema es la exactitud de los calendarios).
No todos los pueblos y culturas festejan el año nuevo en esa fecha; para los Chinos, cuyo calendario es lunar, el año nuevo lo festejan en la segunda luna nueva después del solsticio de invierno, de tal suerte que es entre el 21 de enero y 18 de febrero. Otras religiones que siguen teniendo calendarios lunares y que no concuerdan con el Gregoriano, festejan el año nuevo en fechas muy diferentes: Rosh Hashaná para todos los judíos donde quiera que se encuentren cae en el mes de septiembre; en el Islam, de igual manera, siendo su calendario lunar, su año nuevo es festejado en diferentes meses, el del 2019 será en el mes de agosto.
En los pueblos mesoamericanos y algunos grupos que rescatan la sabiduría de los pueblos originarios celebran el “fuego nuevo” el 19 de noviembre, teniendo como portento cósmico del paso cenital de la Pléyades o las siete cabrillas que es el cúmulo estelar que mejor se ve a simple vista y que todas las culturas han utilizado en sus múltiples mitologías.
Siendo el año nuevo un fenómeno astronómico que lo trasciende y lo convierte en cultural y más de tipo religioso; el nuestro, el apegado al mercantilismo, ha abandonado sus dos vertientes: ni sabemos que estrellas brillan en el cielo, ni tampoco a que dioses debemos agradecer el pequeño espacio/tiempo que es la vida.
El cierre del ciclo terrestre y sus avatares en la humanidad está marcado por una crisis profundamente civilizatoria, donde el hombre y la mujer, alienados al sistema capitalista, son simplemente mercancías cuyo valor se deprecia en un mercado que ha perdido todo referente “humanista” y donde la propia tierra (gaia) ha sido un objeto de sobrexplotación y no un real sujeto de armoniosa convivencia. El cierre del ciclo, lejos de ser dialéctico y ascendente, se ha convertido en un circulo perverso de destrucción, corrupción y pérdida de todo referente ético de justicia.
El discurso manido del “fin de año” oculta neuróticamente la autodestrucción de la que somos objeto/sujeto y acelera lo que no deseamos que suceda: la muerte.
Los dioses se pelean a imagen y semejanza de sus creadores: los hombres. Muestran las misma flaquezas y debilidades de quienes han corrompido el poder y lejos están de ser guías en la noche febril de un calentamiento global apocalíptico.
Debiéramos, si es que aún anida en nuestro espíritu algo de bondad y humanismo: cerrar el ciclo del desarrollismo ecocida e iniciar una cultura humanística de convivencia con la tierra y sus disímbolas culturas, donde los bienes tengan como fin el sustento de todos y no la acumulación funesta de la riqueza… hemos desarrollado tanto poder, tanta ciencia y tanta tecnología que paradigmáticamente: o nos salvamos o nos destruimos para siempre… un buen deseo, es sin duda: trabajar para salvar a la humanidad.
No puedo dejar de imaginar a la tierra como si fuera una Arca de Noé en el infinito océano cósmico y sus procelosos hoyos negros o los huracanes cargados de neutrinos y materia oscura que todo crean pero también todo lo destruyen… no puedo dejar de imaginar que en esa salvadora nave lejos de reinar la paz, la armonía y el reverencial temor ante un futuro incierto, se deje la vida que lleva a la ley de la selva y del más fuerte… no imagino la nave en ruinas cerca de la constelación del Dragón como si fuera un relicto.
Este año que iniciará en breve (2019) me obliga a salvar a todas mis amigas y amigos y poner mi mayor empeño en que la nave no sucumba ante las estupideces de sus tripulantes… ¡Eso haré!



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