*Por Yair Ademar Domínguez*
Cada vez que veo que el Gobierno del Estado de Veracruz entrega una nueva carretera asfaltada, pavimentos hidráulicos en calles de municipios del centro, norte o sur o apoyos directos de los diversos programas sociales, pienso en la corrupción que imperó en los últimos gobiernos de nuestro estado en donde el dinero no alcanzaba para la gente porque se lo llevaban los gobernantes corruptos.
¿Se imagina usted, amable lector, que un estado tan rico, con 745 kilómetros de litoral, que ha ocupado el primero y segundo lugar en producción agropecuaria, pesquera y agrícola, tenga comunidades sumidas en la pobreza en donde sus habitantes no tienen ni para comer? Esta desigualdad pudo ser atendida por los gobiernos, pero se impuso la ambición, el derroche y el saqueo.
Pero esta deuda histórica de Veracruz ha sido la huella de los gobiernos corruptos en todo el país. El priista Miguel Alemán Velasco, quien llegó como el mesías veracruzano, arropado por la gente que decía “él tiene mucho dinero, no vendrá a robar”, dejó una deuda de 3 mil 500 millones de pesos con una solicitud que fue avalada por el Congreso. Ese dinero, cuentan los testigos de esa época, fue subido a camionetas “hasta en cajas de huevo”. Así, de esa magnitud el robo.
¿Y quién dijo algo? ¿Por qué Fidel Herrera Beltrán calló? Porque ese era el esquema de la complicidad: “yo llego, pero te tapo todo”. Y aunque el priista oriundo de Nopaltepec contaba en privado, escandalizado, de ese gran robo, durante sus seis años de gobierno se dedicó a hacer lo mismo y algo peor, vinculó a las instituciones del estado con el crimen organizado, permitiendo la espiral de violencia que hasta la fecha ha sido muy difícil erradicar.
¿Y ya ni se diga del sucesor Javier Duarte de Ochoa o de alguien peor, el panista Miguel Ángel Yunes Linares, quien hizo justicia por propia mano, no para devolver el dinero al erario sino para llenar sus arcas personales? Así, según testigos de los hechos, metió a la cárcel a quienes no aceptaron la práctica del “vómito negro” —como suele decirse en el argot político de quienes regresan el dinero mal habido— y se llenó los bolsillos familiares con el dinero que logró recuperar. Su fama de “justiciero” era puro show político y mediático.
El gobierno de Cuitláhuac García Jiménez ha tenido que enderezar el barco, llenar el boquete que estos gobiernos corruptos heredaron en Veracruz y hacer magia con las finanzas estatales para entregar obra pública, para llevar justicia social y bienestar a los veracruzanos, cansados, abatidos, decepcionados del imperio de la corrupción de los últimos años en Veracruz.
Sacar el buey de la barranca no ha sido fácil, pero con orden, con austeridad, con disciplina, este gobierno de la Cuarta Transformación ha puesto ejemplo, no con verborrea, no con discursos, sino con hechos, porque las obras son las que hablan, son las forma más elocuente de decir que un gobierno funciona.
Así que, amable lector, cada vez que usted se entere de alguna obra que ha realizado este gobierno morenista de Veracruz, tenga presente que son parte de una obligación, de una exigencia del mandato, pero que detrás está un esfuerzo enorme de lucha contra el desorden y la corrupción. Si antes los funcionarios públicos se construían mansiones con dinero del pueblo, hoy se construyen carreteras, drenajes, calles, avenidas, se entregan despensas, se mejoran las condiciones de las escuelas y se promueven eventos que permitan restituir el tejido social tan dañado por la violencia heredada.
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